Va a ser lo primero que cuente, porque tengo muchas ganas de hacerlo, qué diantres. Es una historia que me ha ocurrido hace un par de días y me ha hecho reflexionar mucho. Se me presenta una pareja de novios, la boda será en unos meses, en la época post coronavirus, ese tiempo que vendrá irremediablemente por mucho que se parezca a esos objetos de los sueños que siempre están delante de nosotros pero nunca pueden alcanzarse. Ella es creyente y él en absoluto, pero no pone objeciones a todo lo que dice la Iglesia al respecto. La conversación va creciendo. Caen un par de cocacolas más y, mientras los hielos se pierden, el novio dice que le encantaría ser creyente, porque creer en otra vida le llenaría de un inmenso consuelo. Y yo le digo que uno no cree por hallar mayor consuelo en otra vida, que el consuelo se ciñe a la presencia de quien se ama, como le ocurre a él. Mientras intercambiamos pareceres, voy pensando lo que me cuenta, y empiezo a concluir que me parezco más a este chaval no creyente de lo que hubiera supuesto antes de la reunión.

Un cristiano ha hecho lo mismo que él, ha encontrado a la persona que va a ser el referente de su existencia y no espera al mas allá para obtener ganancias porque “aunque no hubiera Cielo yo te amara”, como reza el verso clásico. Llamémosle Carlos al novio, Carlos desea ávidamente envejecer con la que será su mujer, así me lo dice con entusiasmo. Lo único que le va a frenar es el asunto biológico, porque en lo venidero ella morirá, va a ser inapelable. El consuelo verdadero sería saber que ella jamas morirá. Pero a Carlos no le consuela la mujer del más allá, sino la que ahora se está tomando un refresco con él.

Escogemos al Señor porque estamos convencidos de que su presencia nos da la respuesta definitiva para la vida actual, no sólo para el período que vendrá tras la muerte, que también, pero la alegría empieza ahora. Por eso el Señor nos ha regalado las Bienaventuranzas, porque cada una de ellas es Cristo aquí, conmigo. “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Ya está, ¿se ve?, los pobres ya lo tienen, el Reino es suyo y nadie se lo arrebatará. Ahora bien, para ser pobre de espíritu hay que tener ganas de poseer a Dios, y a Dios no le vale el alma gandul que dice “bueno, ya si aparezco en la otra vida veré si me interesas”. La vida, como explica magníficamente Madeleine Delbrel, consiste en una estrecha relación con Dios, en ir haciéndole sitio en nuestras manos, en nuestras cabezas, en nuestros corazones… Bienaventurados los pacíficos, porque esta tierra es hogar de Dios y no puede ser que la quememos con nuestras disputas. Los mansos, qué regalo más indescriptible es encontrar una persona mansa… es lo más parecido al carácter de Cristo.

He aprendido mucho de Carlos, el novio no creyente, porque el Señor me pide vivir las bienaventuranzas para estrechar con Él, aquí abajo, los mismo lazos que Carlos estrecha con su novia.