He de reconocer que hoy, al acercarme a las palabra de Jesús, recogidas por Lucas, he sentido un cierto asombro y un cierto alivio. Asombro porque hoy Jesús se lamenta abiertamente por la situación de los fariseos y de los juristas. Jesús no es de quejarse, ciertamente el Evangelio es más bien todo lo contrario, un manual permanente de productividad, nada de regodearse en la adversidad, todo lo contrario transformar el dolor y la pobreza en oportunidad, casi me atrevo a decir en trampolín.

Sin embargo Jesús se lamenta cuando se encuentra con corazones endurecidos, con corazones esclavos… recuerden la mirada de tristeza ante el abandono del joven rico, resuene la tristeza de Jesús hoy en estas palabras, Jesús no les reprende como en otra ocasiones, no les deja en evidencia, sin embargo esa expresión de tristeza para mi resulta mucho más dura. Aferrados a las normas, aferrados a la letra de la ley, a los ritos, se conforman con la mediocridad del cumplimiento, la seguridad de la esclavitud… olvidándose de la Vida, olvidándose de lo fundamental, del riesgo que implica creer, porque vivir en plenitud es ciertamente un riesgo que espero siempre me merezca la pena.

Especialmente la lamentación de los juristas golpea mis oídos y mi conciencia, porque no quiero que cuando llegue a las puertas del cielo, Jesús me mire con tristeza y me reproche cariñosamente que mi ministerio ha sido así, creando cargas insoportables para los demás, cargas que no ayudo a llevar… no, espero que cuando llegue a las puertas del cielo mi corazón esté lleno de nombres, los nombres de los hombres y mujeres con los que he podido compartir camino y cargar problemas, desafíos y desamores.

Reconozco que ese tipo de sermones moralistas en los que nos dicen lo que tenemos que hacer me resultan horribles porque, con la mejor intención, en realidad nos están juzgando y solo Dios puede juzgar, tenemos que tener mucho cuidado para no ocupar su lugar, porque ser «alter Christus» es otra cosa, es ser las manos consoladoras de Dios en el mundo, ser el bálsamo que alivia y fortalece, ser sonrisa luminosa de su presencia en el mundo. Y esto no es sólo para los presbíteros, lo es para cualquier cristiano porque todos y cada uno de nosotros estamos en el mundo, podemos juzgarlo o podemos poner en él algo de Dios.

Señor, que mi actitud no te haga lamentarte por mi, hazme libre y ayúdame a ser bálsamo y no carga en el mundo. Amén.