El terreno que pisamos cuando entramos en la iglesia es terreno sagrado. No nos descalzamos físicamente como tuvo que hacer Moisés ante la zarza ardiente, pero lo hacemos siempre espiritualmente, seguros de que sólo la sencillez de corazón y la humildad harán fructífera nuestra estancia allí dentro. El orgullo, en cambio, nos hará salir vacíos, por muy sabios y entendidos que seamos.

Con la certeza de estar en la presencia divina, los cristianos hemos procurado siempre manifestar en piedra lo que creemos: la presencia divina en la zarza ardiente era apenas una sombra de la plenitud de la presencia divina que traería la encarnación de Cristo, el nuevo y definitivo templo de Dios en la tierra, de la que una iglesia, un templo, es imagen visible. La Virgen María será esa zarza ardiente, una criatura llena de gracia, de luz incorruptible, en la que se harán presentes los bienes eternos que trae Dios-con-nosotros. Gregorio de Nisa escribe: “Lo que era figurado en la llama y en la zarza, fue abiertamente manifestado en el mis­terio de la Virgen. Como ardía en el mon­te la zarza sin consumirse, así la Virgen dio a luz, pero no se corrompió”.

El día en que se consagra un templo, una iglesia, el obispo, después de la imponente oración de consagración (que pongo íntegra al final para que puedas rezarla), derrama el santo crisma en la piedra más importante, el altar, que es Cristo. Se pone unos manguitos especiales porque se pone perdido del santo ungüento. Después, otros sacerdotes ungen los muros. Desde ese momento, esa construcción es santa, dedicada al Santísimo, tomada por Él para ser su morada en medio de los hombres. La llama de la santidad de Dios encendida por el santo crisma hacer arder la gracia divina y no cesa de hacerlo, atrayendo a todos los fieles al calor de la caridad, a la claridad de la fe, a la belleza de la esperanza.

Hace pocos días tuve la suerte de visitar de nuevo la Sagrada Familia, en Barcelona. Gaudí era un genial arquitecto, amante de España y Cataluña, observador nato, ferviente naturalista; unido a su intensa vida de oración, su profunda formación teológica y litúrgica, todas estas cualidades mezcladas le llevaron a un lugar único en la historia de la arquitectura. No en vano está en en proceso de beatificación y será una inmensa alegría ponerle como patrono de todos los arquitectos, sobre todo cuando construyan casas al Altísimo; el genial beato guiará sus diseños para que los nuevos templos no se puedan confundir con un hangar o una biblioteca. Pidámosle, mientras llega su beatificación, que inculque en nosotros el sentido de lo sagrado, la certeza de la presencia divina en su templo santo. El cuidado del templo y de la liturgia es lo primero que uno ve y oye al contemplar una iglesia. Y la fe viene por lo que hemos visto y oído. En la obra cumbre de este irrepetible arquitecto, la vista y el oído son la puerta de la entrada a la gloria divina. Eso debe ser todo templo levantado al Señor, un camino al Cielo.

Si quieres disfrutar del ritual de la consagración de la Sagrada Familia por el Papa Benedicto XVI, pulsa aquí.

No olvidemos nunca el sentido de lo sagrado en nuestros templos, en nuestras liturgias. Sin ese fundamento sobrenatural, mermamos el encuentro con el Señor en las celebraciones, perdemos la identidad del culto agradable a Dios y, lo más grave de todo, difuminamos la fe de la Iglesia. Gaudí fue consciente de todas esas dimensiones y abandonó el mundo encerrado en la que fue su gran obra, levantada para gloria de Dios. Por cierto: el 8 de diciembre se encenderá la torre de la Virgen María, una estrella de 12 puntas perpetuamente iluminada. Será la segunda torre en altura del templo, aunque Gaudí la diseñó como la quinta, por debajo de Cristo y los evangelistas. Como España es tierra de María y está bajo el patronazgo de la Inmaculada Concepción, este cambio en los planes del genial arquitecto no creo que le haya molestado.

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ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN DEL TEMPLO

Oh Dios, santificador y guía de tu Iglesia,
celebramos tu nombre con alabanzas jubilosas,
porque en este día tu pueblo quiere dedicarte, para siempre,
con rito solemne, esta casa de oración,
en la cual te honra con amor,
se instruye con tu palabra
y se alimenta con tus sacramentos.Este edificio hace vislumbrar el misterio de la Iglesia,
a la que Cristo santificó con su sangre,
para presentarla ante sí como Esposa llena de gloria,
como Virgen excelsa por la integridad de la fe,
y Madre fecunda por el poder del Espíritu.Es la Iglesia santa, la viña elegida de Dios,
cuyos sarmientos llenan el mundo entero,
cuyos renuevos, adheridos al tronco,
son atraídos hacia lo alto, al reino de los cielos.Es la Iglesia feliz, la morada de Dios con los hombres,
el templo santo, construido con piedras vivas,
sobre el cimiento de los Apóstoles,
con Cristo Jesús como suprema piedra angular.Es la Iglesia excelsa,
la Ciudad colocada sobre la cima de la montaña,
accesible a todos, y a todos patente,
en la cual brilla perenne la antorcha del Cordero
y resuena agradecido el cántico de los bienaventurados.Te suplicamos, pues, Padre santo,
que te dignes impregnar con santificación celestial
esta iglesia y este altar,
para que sean siempre lugar santo
y una mesa siempre lista para el sacrificio de Cristo.Que en este lugar el torrente de tu gracia
lave las manchas de los hombres,
para que tus hijos, Padre, muertos al pecado,
renazcan a la vida nueva.Que tus fieles, reunidos junto a este altar,
celebren el memorial de la Pascua
y se fortalezcan con la palabra y el cuerpo de Cristo.Que resuene aquí la alabanza jubilosa
que armoniza las voces de los ángeles y de los hombres,
y que suba hasta ti la plegaria por la salvación del mundo.Que los pobres encuentren aquí misericordia,
los oprimidos alcancen la verdadera libertad,
y todos los hombres sientan la dignidad de ser hijos tuyos,
hasta que lleguen, gozosos, a la Jerusalén celestial.Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.

R. Amén.