La árdua tarea de la evangelización requiere corazones fuertes y firmes para enfrentar las tentaciones del desaliento cuando las cosas no salen según lo esperamos. De hecho, en la primera lectura, esa oposición al Evangelio la interpretan como una señal del Espíritu para ir a otro lugar. Llama la atención, ¿verdad? Hasta en la oposición a la fe encontramos lugar para contemplar la mano providente de Dios, que no deja de guiar la historia de la humanidad.

Igual que hubo oposición al mismo Cristo, la habrá siempre a sus discípulos fieles. Esta peculiar cruz que acompañará siempre nuestra tarea apostólica y misionera es un síntoma de nuestra fidelidad al Maestro. Por el contrario, si tenemos una vida tranquila, sin oposiciones mejor será que consideremos detalladamente esas cosas en la presencia de Dios por si resulta que nos hemos vuelto unos comodones, políticamente correctos pero divinamente insípidos.

Las promesas bautismales, con su triple renuncia al diablo y sus obras, y la triple confesión en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, constituyen el compromiso público de nuestra pertenencia a Cristo. Con ello, recibimos toda su herencia: su cruz y su resurrección. Y cada día de nuestra vida renovamos ese «sí» al Señor, a quien consagramos nuestra completa existencia, nuestros pensamientos, obras y palabras, nuestro pasado, presente y futuro. Todo lo toma Cristo y todo lo ha de transformar a su imagen y semejanza. Esto que sucede en cada corazón ardiente, sucede igualmente en la Iglesia como Cuerpo de Cristo.

Digo esto para blindarnos de la constante tentación de la mundanidad, tan fácil de vender y tan tentadora de comprar. De modo sibilino, los cristianos podemos estas «arrejuntados» con ideas paganas, razonamientos morales nada dignos de nuestra fe, o comportamientos lejanos a nuestra pertenencia a Cristo.

Por eso, el primer odio que debemos cultivar es el de la presencia en nuestras vidas de la mundanidad. Así, la separación de nuestras idolatrías interiores hará más palpable por fuera nuestro ardiente amor a Cristo. Entonces vendrá más potente esa oposición, ese odio al que se refiere el Maestro.