¡Vaya testamento nos deja San Pablo! Estoy convencido de que Timoteo lloró al leerlo. No es para menos, porque con el corazón en la mano, contempla la tarea que ha llevado a cabo a lo largo de los años y es inminente su definitivo encuentro con Cristo. Ya lo vio una vez, cuando entró de lleno en su vida y la transformó de arriba abajo. Ahora enfrenta su martirio recordando lo que ha sido el corazón de su existencia: la evangelización. Una carrera inesperada para él pero querida por el Señor, a la que dedicó todas sus energías y cualidades. El apasionante panorama que narran los Hechos de los Apóstoles y sus propias cartas muestran unas aventuras llenas de Espíritu Santo y también de contratiempos y dificultades. Pero su tenacidad y perseverancia le llevaron contra viento a marea a levantar un buen trozo de la Iglesia, tanto física como sobre todo espiritualmente. De la entrega de uno, han nacido miles… millones, mejor dicho.

En este precioso día, el Domingo Mundial de las Misiones, ¡qué mejor ejemplo misionero que el de San Pablo! ¡Cuántas personas a lo largo de la historia han emprendido al estilo paulino auténticas aventuras audaces para llevar la Buena Noticia de la salvación, urgidos por el amor de Cristo y el amor a los hermanos! Una cadena de testigos que sigue hoy dando muchos frutos a lo largo y ancho del mundo.

La mayoría de misioneros puede que no sean trending topic, pero hacen de este mundo un lugar mejor, más humano. Quien quiera ver su testimonio de vida, tiene muchos modos de hacerlo, pues a través de webs, revistas, publicaciones y algún que otro programa de televisión, esa preciosa tarea escondida puede salir a la luz. Pero seguro que mientras lees estas líneas, te has acordado de esa religiosa, de ese sacerdote, de esa familia que se marchó hace un tiempo a misiones. Insisto: el mundo debe muchísimo a todas estar personas que se baten el cobre por amor a Dios y a los hermanos. Basta mirar los proyectos que anualmente pasan por las Obras Misionales Pontificias para hacerse una idea de la magnitud de lo que hablamos: una obra absolutamente inconmensurable que hay que apoyar por tierra mar y aire, con oración y aportaciones económicas generosas. Es una obra muy agradable a los ojos del Señor.

¡La Iglesia está muy viva y sigue transmitiendo muchísima vida! Resucita con la predicación a muchos muertos por el egoísmo, la autorreferencia, la autosuficiencia: heridas estas que provocan tantos males en la vida individual y social. La tarea de la evangelización entraña una llamada a la humildad, a vivir en verdad, aceptando la realidad de lo que somos y tenemos, con sencillez. Esta primera mirada es necesaria para vivir con paz interior. De este modo, la gracia de Dios, nos hace instrumentos aptos para transmitir muchas cosas buenas. La conversión del fariseo es difícil mientras no se baje de su ilusoria torre de orgullo; la humildad del publicano le hace aprender a recibirlo todo de Dios y a pedir una ayuda que necesita de los demás. Pacificado el corazón por el perdón, la contricción y la humildad, Dios se hace más presente en este mundo de modo más evidente.

Todo ello nos lleva a considerar que no sólo son importantes los misioneros por ese trabajazo que hacen. Somos importantes también tú y yo porque estamos también en tierra de misión: hay muchos fariseos que viven en sus torres de cristal a los que debemos abrir los ojos. Tú y yo somos misioneros de Cristo, enviado por Él para curar la ceguera de los corazones. ¡Danos, Señor, un auténtico espíritu misionero!