Da un poco de miedo el Evangelio de hoy, ya que escuchamos la voz interior de Jesús. Cuando alguien habla bajito decimos que cuchichea, que es una palabra feísima, porque apela a la beatería, a conversación de desocupados. Pero hoy oímos el balbuceo del alma de Cristo, su manera de estar en el mundo. Jamás hablaba consigo mismo. Nunca supo qué es eso de pensar las cosas individualmente y separadamente del Padre, ya que entre ambos había una convivencia misteriosísima. Pero de esa convivencia misteriosísima se nutre todo el Evangelio. Como decirlo de una forma clara. El Señor no buscaba el silencio, no se iba a los cerros de Tiberíades para poner en orden sus pensamientos. Esas cosas son muy de nuestro siglo, que como hacemos equilibrios con el millón de compromisos que tenemos, necesitamos el spa y el “que nos dejen un poco en paz”. El Señor estaba siempre en paz porque la conversación dominaba su mundo interior. Él y el Padre, el Otro. No una dicotomía mental, no una esquizofrenia paranoide, un encuentro en el escenario de la propia alma. Insólito, pero tan cierto que así nos lo han transmitido todos los evangelistas.

“Tomo de lo tuyo y se lo doy a los demás”, “Padre yo sé que siempre me escuchas…” Este tipo de conversaciones es la prueba evidente de que el vacío existencial no existe, es un sentimiento negro que se apodera del ser humano cuando la tristeza le da de comer. Nadie vive en la oscuridad, podemos vivir en el desconocimiento, en el espesor del yo, en la distracción, pero la verdad es otra. Siempre que veo jugar a Carlos Alcaraz veo a un artista que me cuenta su dedicación a un deporte difícil. Su juego me habla de él y de su disciplina espartana. Cuando vi ayer a Harrison Ford pisar la alfombra roja de Cannes, me vinieron a la mente el millón de momentos en los que he disfrutado con sus interpretaciones. Mi generación ha pasado tardes maravillosas con él. Y el brillo de los flashes en su rostro de ochenta años (que aún se atreve con un último Indiana Jones), nos revela su personalidad. Sin embargo, si ponemos la cámara a un palmo del rostro de Cristo no vemos a un ser solitario que proclama por la Galilea el amor al prójimo, sino a un enamorado de la Persona divina que le acompaña desde el primer instante de su concepcion. No habla de Él, habla de quien en Él ha hecho morada. Este es el meollo de nuestra Fe, no una moral de hacer el bien, sino una convivencia de la que nace un amor incondicional.

Dios por dentro es un solo Dios que nos hace la propuesta de una vida eterna: conocerle. “Esta es la vida eterna, que te conozcan”. En la historia de la humanidad nadie ha hablado menos de sí mismo como Jesús. Es como quien está atento en una reunión de amigos y va pasando los aperitivos a los demás. El que quiere que los demás disfruten y está siempre más allá de sus pensamientos.He manifestado tu nombre…” El nombre de Dios es la apertura absoluta, la gran apertura de una conversación que sólo termina cuando se deja de amar.