“Padre, te pido que estén unidos”. Como Julián Marías era filósofo, saboreaba las palabras como nadie. A un filósofo le das una palabra y no la suelta en años, le da la vuelta, le busca nuevas perspectivas. A Marías le encantaba la palabra convivencia, porque era un término muy español que no existe en otros idiomas. Existe por ejemplo, “co-existir”, pero no es lo mismo. Los libros de mi biblioteca coexisten uno al lado del otro sin importarse lo más mínimo. Al lado de los libros de Nabokov tengo a Naipaul, y ambos escritores jamás se han saludado, porque las cosas llevan esa desgracia de la inconsciencia. En cambio, la convivencia es un “vivir-con”. Una familia convive porque está unida y aunque el chaval de veinte años se haya ido a estudiar a Frankfurt, sigue unido al padre y a la madre.
Me entusiasmó la autobiografía del escritor Amos Oz. Sobre todo cuando cuenta su niñez. Los momentos en los que la familia, que vivía en Jerusalén, se disponía a llamar a los abuelos, que vivían por entonces en Tel Aviv. Las comunicaciones eran muy complicadas. Había que pedir con tiempo al panadero del barrio que la llamada sería un jueves a las doce del mediodía. Y por fin, después de muchos traspiés de conexiones fallidas, se oía al otro lado del auricular la voz amable de la abuela. ¿Y de qué hablaban? De nada, de nada en particular. Porque una familia que está unida no sabe decirse cosas extravagantes o muy estudiadas. Se dicen lo que parece menos valioso, ¿cómo estáis?, ¿todos bien?, ¿y la niña?, y el regalo del tío Jeremías, ¿llegó?, ¿hace frío?, ¿cuándo venís? Porque la familia unida se dice estas menudencias de cariño. De eso mismo habla el Señor en el Evangelio.
“Te pido que todos ellos estén unidos, que como tú Padre estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros”. Es una propuesta de ligazón indestructible, Jesús quiere poner en el corazón de los hombres, el vínculo de la Trinidad entre sí. Por eso , al Señor le preocupan nuestros individualismos faltones. Cuando uno va a lo suyo se pierde su vocación. Estos días, que en España nos preparamos para una nueva hornada electoral, la Iglesia nos recuerda que los laicos entran en política no porque quieran jugar a los partidos, sino porque la preocupación por los demás es real. No basta con dar un pan al hambriento: hay que encontrar y vencer las causas por las que esa persona (o ese pueblo) pasa hambre. Y para ello no es suficiente la acción individual, sino que se requieren estrategias, instituciones, grupos organizados… Sin ello la vida social no funciona, y la sociedad se convierte en una jungla.
Unidad. Qué triste cuando un padre oye a sus hijos discutir por dinero, o enfrentarse por naderías. Al padre le quitan año los suyos cuando no están unidos. A Dios Padre le ponemos triste cuando recurrimos al conflicto, y cuántas veces nos despedázanos a diario con nuestras críticas. El signo de la paz en misa es más serio de lo que te imaginas…
Querido hermano:
La unidad de los cristianos no es una estrategia para asumir o fagocitar a otros o imponerse; tampoco es una cuestión de especialistas o eruditos y, por supuesto, no es una cuestión de la que tengamos que sospechar pues, como nos dice Jesús: «[…] que sean uno; […] para que el mundo crea que Tú me has enviado».
Cristo es la única piedra angular y estamos llamados, todos, a vivir en la plenitud de la gracia y a encontrarnos con nuestro Padre Dios formando una sola familia. Sería ridículo pensar que exista un cielo para católicos y otro, para evangélicos y otro, para ortodoxos: todos caminamos hacia el mismo. Por eso «lo que será», lo podemos ir preparando desde el ahora de la historia.
Por mi parte, hoy, quiero dar gracias por todo lo que he recibido de mis hermanos en Cristo: sois una bendición para mí, un estímulo y un gozo para caminar juntos hacia la casa del Padre.
Gracias, hermanos. Gracias, familia. Rezamos todos juntos, el Santo Rosario unidos con la Virgen María nuestra madre. Pedimos interceda por la Paz en el Mundo.
Tu hermano en la fe: José Manuel.