La respuesta de San Pedro al Señor es todo un programa de vida: “lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Es la invitación del Evangelio de hoy. Debemos volver una y otra vez sobre ello. No es lección que se aprenda en dos días. Sabemos muy bien el significado de dejar todas las cosas en años de Dios, «harina de otro costal» es hacerlo. Hemos de aprender cada día a realizarlo. Cada día recomenzamos a dejarlo todo en sus manos. Quizá nos pueda ayudar adquirir el hábito, cada mañana, de comenzar la jornada ofreciendo al Señor cuanto hagamos y haciendo un acto de abandono, que ha cada uno nos parezca. Luego, durante la jornada, nuestro ángel custodio nos podrá recordar en el momento oportuno aquel acto de abandono y la oportunidad de hacerle realidad en ese momento. Nos es tarea fácil, porque todos tenemos la tendencia a querer tener todo amarrado. Por eso le damos tantas vueltas a las cosas. Nos decimos: hay que tenerlo todo previsto, hay que estar preparados para cualquier cosa. Y no es que no hay que hacerlo, pero sin olvidar que la Providencia de Dios está detrás de todas las cosas. Eso no ayudará a vivir con más paz y serenidad. Cuando no nos abandonamos en las manos de Dios es, tantas veces, por falta de fe, de confianza en que Dios tiene todas cosas previstas, a Él no le sorprende nada ¡Dios no tiene despistes! Sólo podremos seguir de verdad al Maestro si le permitimos que Él disponga de todo lo nuestro. Nuestros bienes – muchos o pocos -, nuestros proyectos e ilusiones, también la salud… ¡Y la vida! Sabernos en cada momento siendo objeto de la solicitud de Dios, de su Providencia amorosa, nos permitirá vivir todas las circunstancias de nuestra vida de otra manera. Saber que detrás de aquella enfermedad, de aquel acontecimiento que te hace sufrir, de aquellas a necesidades que no sabes cómo podrás atender… Detrás de todo está la Providencia de Dios que quiere o permite todo ello para tu bien y para bien de todos. Asó podremos afrontar las dificultades con audacia, sin dejarnos vencer por la tristeza o el desánimo que engendran desconfianza.

Desprendidos de todo. De lo grande y de lo pequeño, de lo que tiene mucho valor en sí o poco valor, «porque poco se me da que un ave esté asida a un hilo delgado en vez de a uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida estará a él como al grueso, en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero, por fácil que es, si no lo rompe, no volará” (San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, 11). Desprenderse implica también renunciar. “El que no renuncia a todos los bienes no puede ser discípulo mío” – Lc 14, 33 -. Para pasar de ser «admirador» de Cristo a ser su discípulo, hay que renunciar a todos los bienes. Renunciar, que no es “vender” – literalmente -, porque tú estás en medio del mundo y eres “como” los demás; pero sí se trata de renunciar realmente. ¿Tienes todas las cosas como si no fueran tuyas? ¿Las tienes o te tienen? ¿Son tus bienes – medios materiales, cualidades y virtudes, … – tu punto de apoyo, tu seguridad, la fuente de tu alegría? … Luego la contrapartida: “luego vente conmigo”. No: sígueme, estate cerca de mí, … ¡No! … La contrapartida a esta renuncia por Cristo es ¡” Vente conmigo!”, la llamada definitiva a estar con Él… ¡En Él!

María es modelo claro de vivir con poco teniéndolo todo, de estar abiertos a los planes de Dios, aunque en ocasiones nos desconcierte. Madre nuestra, que sepamos dejarlo todo a los pies de tu Hijo.