No han entrado ladrones en mi parroquia desde hace años. Toco madera. Pero estas semanas han entrado palomas. El domingo dos, y no pararon de volar durante todas las misas de un sitio para otro. El templo es grande y alto, así que no había manera de deshacerse de ellas. La semana anterior varias personas estuvieron un buen rato intentando echar a la paloma que llevaba días dentro: abrieron las puertas, hicieron ruido, incluso ¡echaron arroz al estilo de las bodas por si caía en la tentación del hambre después de tantos días sin comer! Toda una escenita. Lo malo de las palomas es que dejan regalitos poco agradables que pueden caer “de lleno” en algún feligrés… ¡o en el cura! Es un problema y debo poner remedio. Si la situación persiste, quizá me pida una escopeta de perdigones para Reyes.

Eso, o investigar por dónde entran. El consejo de Cristo es claro: buscar el boquete por el que se pueden colar. Las palomas son tontas (Jesús diría “sencillas”) y simplemente dan con el sitio para entrar, pero como siguen siendo tontas una vez dentro, no se acuerdan de él para salir.

El ladrón entra a robar y busca el lugar mejor para ello: es calculador, frío, práctico. Pero no se la juega si ve medidas de seguridad. Hoy están de moda los sistemas de alarma en locales y casas, cuyas placas en la puerta o fachada pretenden disuadir a los amigos de lo ajeno.

Pero ¿qué pasa si el ladrón en realidad ya está dentro? No nos gusta que nos roben los bienes materiales, pero ¿qué pasa con los bienes espirituales? Quizá nos hagan boquetes en el alma por donde se cuela el enemigo y nos roba los bienes más preciados. Si es así, tenemos que contratar inmediatamente un sistema de seguridad para evitarlo.

Me refiero a la convivencia de los hogares y a las relaciones de amistad. Hay una amenaza que preocupa mucho a los padres, pedagogos, psicólogos, sacerdotes: la tecnología mal usada. La pantalla se ha convertido en el lugar de encuentro entre personas, olvidando muchas veces a las mismas personas. Así, es fácil encontrar una familia sentada en un restaurante, y todos con el móvil; o varios amigos en una terraza del bar, todos mirando el móvil. Algunos expertos advierten que jamás hemos podido estar más cerca unos de otros a través de la tecnología, pero nunca hemos estado a la vez tan lejos del contacto personal de tú a tú. Lo virtual se convierte cada vez más en la realidad. Hace unos días vi la última película de Spielberg, Ready Player One, que trata esta cuestión de forma magistral. La tecnología puede robarnos el amor más personal.

Pero además del medio, del instrumento, el peor robo se produce muchas veces por el contenido que nos llega a través de ese medio. No sólo me refiero a los contenidos inadecuados que roban el alma incluso desde la más tierna infancia —un gravísimo problema—, sino a la transmisión de opiniones y la posibilidad de ser manipulados a unos niveles insospechados.

Por último, la tecnología nos genera ansiedad por la rapidez a la que somete nuestras vidas. Cada vez tardan menos en sacar al mercado móviles nuevos. Pero ya no es un móvil, un “teléfono móvil”: ya es de hecho el ordenador que todas las generaciones tienen, también los más mayores. El smartphone se ha convertido en el epicentro de la revolución tecnológica. Parece que cada medio año hay que cambiarse: salen modelos más rápidos, con mejor cámara, con más memoria, con mayor conectividad. El rápido cambio de lo externo va unido a una rapidez en el cambio de los contenidos: las noticias duran apenas unas horas. Al poco tiempo, hay otra noticia más importante. El peligro es que no nos da tiempo a procesar la información, vivimos a base de pantallazos que no ayudan al pensamiento que nos da la sabiduría de la vida, que tiende a no ser rápido, sino pausado, como la maduración del vino. Si una persona tarda 18 años en llegar a la madurez, poco favor nos hace que en cuestión de un año tengamos que cambiar tantas cosas, y procesar millones de informaciones. Nos roba la capacidad contemplativa.

Todas estas consideraciones nos pueden ayudar a instalar el mejor sistema de alarmas conocido hasta la fecha: la oración pausada delante de Jesús eucaristía, donde poder descansar de los fogonazos incesantes de las pantallas, las ansiedades que genera tener que ir a mil por hora, la búsqueda de la efectividad por encima del trato personal.

Jesús nos hace más humanos, más cercanos. Y exhortándonos a velar, nos ayuda a evitar que entre el ladrón por el boquete de la pantalla para quitarnos la paz, viendo lo que no debemos o haciendo más caso a la máquina que a la persona. Utilizaremos la tecnología para favorecer el encuentro personal con Dios y con los demás. Utilizaremos el medio para llegar al fin.