“Jesús se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar»”. Duele cuando la traición nace desde dentro, donde más corazón has puesto, en tu núcleo íntimo de personas. Esta experiencia, desgraciadamente habitual, desgarra la intimidad, vulnera el amor, lo deja desnudo, impotente. Por eso Jesús se turba en su espíritu. ¡Qué diferencia con la cena de ayer, cuando en casa de sus amigos recibe una unción llena de fidelidad, de agradecimiento, de respeto y afecto inmensos!

Ahora, en la última cena en este mundo, es la hora en que las tinieblas preparan el golpe definitivo. Y aunque sabemos que el resto de los comensales tampoco se van a salvar de la traición, la de Judas no es por debilidad y miedo: lo hace calculadamente. Forma parte de un proceso. Anoche, soltó una importunidad que pretendía quitar grandeza al bello gesto de María. Un síntoma. Pero también ayer, el evangelista San Juan añadía otro: Judas “era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando”. Vamos, que sisaba.

Tenemos dos síntomas que indican una enfermedad, que se manifiesta definitivamente en la Última Cena, en el momento más dramático: Judas lleva tiempo siendo como una piedra de río. Ha compartido tres años de vida pública con el Maestro, inicialmente con gran entusiasmo. Pero no se ha empapado de su cercanía, de los grandes milagros, de las sabrosas enseñanzas públicas y, sobre todo, las privadas que hacía a sus más allegados. Seguramente tampoco dedicó mucho a la intimidad con Él. Al menos yo le veo como el apóstol más escurridizo a la hora de hablar con Jesús de tú a tú. Su distanciamiento le haría cada vez más esquivo. En estas últimas semanas, Judas ya no está con Jesús: le acompaña por fuera, pero su corazón está ido. La ilusión del inicio se ha convertido en una apatía, en una decepción.

Cuando una persona traiciona su vocación, cuántas veces nos preguntamos qué habrá pasado para que haya acabado así: un sacerdote, una consagrada, el marido o la mujer, un compromiso de vida… que iniciaron su recorrido con inmensa ilusión y aparentemente con una promesa de solidez. ¡¿Qué ha fallado?! La traición al Amor suele estar en el origen de muchas de esos abandonos. Pero no se da de un día para otro. Es un descuido, una omisión, un mal apego, día a día, aparentemente sin consecuencias. Y un día miras para atrás y te das cuenta que has perdido el camino. El corazón humano es increíblemente complejo y tantas veces incomprensible e incomprendido. El pecado nos hunde en el abismo, la confusión, el vacío, la nada. Y por eso, un corazón que traiciona el Amor es un corazón infinitamente sufriente: no deja de tener una sed que la traición nunca llena. ¿Cambiarlo por 30 monedas de plata? ¡Venga ya!

Pero lo que más nos tiene que doler hoy es el Judas que llevamos dentro, que a veces le dejamos llevar el timón de algunas de nuestras decisiones. Y él siempre da la orden de echar el ancla, que impide navegar hacia donde Dios quiere. Es el calculador y frío engaño del pecado con que compramos la felicidad a precio de 30 monedas… vendiendo el tesoro escondido, la perla de gran valor, la vid verdadera, el pastor de nuestras almas, el templo de Dios, ¡el Amor de los amores!

Y tras la traición de Judas, Jesús afirma: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre». Va a triunfar el Amor, pero ¡a qué precio! El precio de redimir nuestro pecado, nuestro corazón de Judas que cambia el paraíso por un plato de lentejas. Son días para sopesar qué significa en su cruda realidad nuestro propio pecado. Pensándolo bien, la misericordia se ha convertido en el mayor sinsentido de la historia: ¿No te has equivocado, Señor, al perdonarnos siempre? ¿Cómo puedes sacar gloria a través de una traición tan calamitosa?

La otra traición que aparece hoy es la de San Pedro. Ésta quizá más comprensible porque se basa en la debilidad, no en la maquinación. Y es mucho más fácil que nos identifiquemos con ella. El orgullo de San Pedro va a ser hundido definitivamente en estos días cruciales. Pero, a diferencia de Judas, Pedro está con Jesús, aunque debe aprender el camino de la humildad, señalado por el Maestro como condición indispensable para seguirle.

(Continuará…)