En España veneramos con afecto y piedad si Nuestra Señora, la Virgen del Pilar. La tradición dice que cuando el apóstol Santiago trataba de evangelizar a los pueblos de la Hispania romana encontraba mucha resistencia, incluso rechazo, lo que le llevó a desalentarse en su tarea. En esa circunstancia se le apareció la virgen “en carne mortal” sobre un pilar, de ahí el nombre y la devoción mariana en la ciudad de Cesaraugusta, hoy conocida como Zaragoza. Ella sostuvo su fe y le alentó en la tarea para que no abandonase su misión. Algo parecido hemos leído que sucedió con el apóstol San Pablo en Corinto; en esta ocasión, la visión fue del mismísimo Jesucristo, que le alentaba a no desanimarse, porque en aquella ciudad había muchos que eran pueblo suyo.

Qué distinto es afrontar la tarea de la evangelización, cuando uno de antemano sabe que Dios ha elegido a muchos para que formen parte de su pueblo. Así, en contra de las apariencias, y aunque las circunstancias sean adversas, uno puede perseverar alegre en su misión.

Es la misma lógica de la Pascua. Para resucitar antes hay que morir. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. pero si muere, da mucha fruto. Por eso, a nosotros nos toca sembrar lo que probablemente otros, después de nosotros, podrán cosechar. Y si se nos hace muy gravosa la tarea, nos conviene recordar lo que dice el salmo 125, 6: “al ir iba llorando, llevando la semilla, al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas”.

Ciertamente, Dios nos promete una alegría en la cosecha que solo puede darse porque hay un sufrir en el sembrar. Toda nuestra vida es una vida escondida con Cristo en Dios y, lo que a los ojos del mundo es un derroche inútil y un sacrificio vacío de sentido, es en realidad el preludio y el anuncio de la victoria definitiva y total.

Cuando Jesús se refería a su misterio pascual, utilizaba distintas imágenes como pueden ser “beber el cáliz”, o “recibir el bautismo”; pero la que escuchamos hoy en el evangelio del día es especialmente sugerente. Su misterio pascual es como un parto doloroso. Cuando llega la hora, la mujer se arrepiente por el sufrimiento que le espera pasar, pero una vez que ha dado a luz esa nueva vida, la alegría es tan magnífica que hace que todos los padecimientos anteriores hayan merecido la pena con creces. Por eso, dice Jesús que nuestra tristeza se convertirá en alegría, y además, no en cualquier alegría, sino la alegría desbordante, la alegría de Jesús resucitado.

Solo aquellos que han experimentado, aunque sea parcialmente la verdad de estas palabras pueden entender lo que Jesús está diciendo. Pero eso sí, aquellos que tengan experiencia de esto, no necesitarán hacer preguntas. Tal y como Jesús dice en el evangelio: “aquel día, no me haréis preguntas”.