Baruc 5, 1-9; Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6; Filipenses 1, 4-6. 8-11; Lucas 3, 1-6

Cierra los ojos e imagínate la escena que ocurrirá en muchas parroquias este domingo. Los bancos repletos, cinco o seis jóvenes desperdigados, algunos niños con sus padres que luchan por irse a correr por los pasillos. Un hombre de mediana edad que da un pescozón a su hijo adolescente que está distraído mirando las vidrieras. Cuatro o cinco personas que bostezan abiertamente, porque creen que el sacerdote no les está viendo. Dos o tres que vuelven la cabeza cada vez que suena la puerta cuando alguien llega tarde y entra como sin darle importancia. Y sobre todo, imagínate las caras. Esos rostros serios, impenetrables, inexpresivos, carentes de emoción. Unos rostros que mirarían con el mismo interés los baldosines de su cocina o un grupo de preadolescentes viendo una película de Akira Kurosawa. Mientras tanto, desde el ambón (para entendernos: el lugar desde se hacen las lecturas), el salmista proclama: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”, y casi todos (menos los más dormidos y el sordo) contestan con una especie de mugido que amargaría la tarde a la santa compaña: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.
Es una exageración, lo sé, y en casi todas las parroquias se cuidará la liturgia y la participación será “atenta y devota” pero ¿Traslucimos alegría?. Si nos estuviese viendo un no católico pensaría: “¿son realmente felices estos católicos?, “han oído una gran noticia, pero ¿creen realmente en lo que han escuchado y en lo que han contestado: “Palabra de Dios”; “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”?.
¡Basta de cristianos amargados y circunspectos! Alégrate. ¿Que eres un pecador? Por supuesto, como todos los santos, pero pide perdón, llora tu pecado y como decíamos hace una semana: Levántate, alza la cabeza y- como nos recuerda hoy Isaías sobre el anuncio de San Juan Bautista- “todos verán la salvación de Dios”. Hay que recuperar la alegría en la liturgia y para ello hay que recuperar la alegría de nuestra fe. ¿Cómo se oirá en el cielo cada Misa?. ¿Estarán contando nubecitas a ver si acaba pronto?, o tendrán una alegría inmensa al ver que “vuestro amor sigue creciendo más y más”. Se respeta lo que se ama, se respeta a quien se ama. Muchas veces ponemos cara de póquer en la celebración por temor, pero no un temor a Dios, que sería comprensible al ver nuestra indignidad, sino por temor a lo que diga el sacerdote, a lo que piense el vecino, … y ahí no hay lugar más que para el amor propio.
“Despójate de tu vestido de luto y aflicción y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te da”. ¿hace cuánto que –con gesto de complicidad- no le guiñas un ojo a Cristo en las manos del sacerdote y le dices: Señor, tú si que cumples, a mi me cuesta, como siempre, pero soy fiel a mi cita contigo. Soy un caradura, pero me quieres”. Lánzate a hablar a Jesús como lo haría su madre- que mañana es su fiesta- con todo cariño. Entonces verás como si resuena alto y claro en el templo: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.