Isaías 48,17-19; Sal 1, 1-2. 3.4 y 6 ; Mateo 11, 16-19

Vivir en una barrio con un amplio desarrollo urbanístico tiene muchas ventajas, aunque también tiene sus inconvenientes. Uno de los inconvenientes son los accesos. Cuando sólo existía un camino de entrada y de salida era sencillo ir y venir (una vez superados los atascos de entrada y salida). Ahora hay tres entradas, dos salidas, cruza una autopista y tiene conexión con dos carreteras de circunvalación. Los atascos siguen siendo los mismos, pero ahora existe la emoción de encontrarte una calle cortada, una dirección prohibida, una zanja en mitad de la calzada, etc. …Viviendo en esta zona es fácil encontrarse otra vez y retomar el buen camino (no siempre), pero como tengas que indicar a alguien de fuera cómo llegar, lo más seguro es que cenes tarde o tengas que salir a su encuentro.
Algo parecido pasa en nuestra vida espiritual. Cuando el ambiente, la sociedad, la familia o uno mismo vive en un ambiente cristiano, se le crea cierto “olfato católico”. Cuando una situación no es cristiana se puede dudar, pero al final se acaba uno situando y volviendo a casa. Sin embargo en muchos lugares hoy existe el desconcierto. No se ha vivido un ambiente centrado en Cristo y tampoco nos fiamos de las señales. Se acaba en callejones cortados, volviendo a un mismo lugar una y otra vez e incluso, si paramos a preguntar, siempre nos encontramos o con el sordo del barrio, al que hay que gritar para que se entere de lo que necesitamos, o con otro que está tan perdido como nosotros (aunque quiera disimularlo).
Con tanto desconcierto es fácil equivocarse. Incluso diría que muchos tienen cierto “derecho” a equivocarse. Con tanto desconcierto preguntas a unos y te dicen “¿ni come ni bebe?…tiene un demonio. ¿Come y bebe? … Es un comilón y borracho”. Y, ¡venga a dar vueltas a la misma calle!. Sería muy triste si nos quedáramos dando vueltas eternamente, pero nos dice Isaías: “Así dice el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: Yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues”. No podríamos tener mejor copiloto. Fíate de Él. Te ha dejado a la Iglesia para que te diga cuáles son las señales auténticas, para indicarte cuál es el buen camino. A la Iglesia y a los que están en comunión con ella. No a esos “copilotos”- incapaces de dedicar un momento a hablar con su Señor- que ponen su magisterio por encima del Magisterio; ni a esos “teóricos” que en vez de buscar nuevos caminos y allanar los existentes se empeñan en conducir campo a través hasta despeñarse. El copiloto es el Señor, tu redentor, y le escuchas por medio de la Iglesia.