Sofonías 3,1-2.9-13; Sal 33,2-3.6-7.17-18.19 y 23; Mateo 21, 28-32

Hay un refrán que dice: “ir por lana y salir trasquilado”. Se podría aplicar perfectamente a los sumos sacerdotes y los ancianos que, leíamos ayer, se acercaron a Jesús con la “extensión” equivocada. Tardarán todavía unas cuantas páginas del Evangelio en darse cuenta que Jesús habla de ellos. ¿Quién osaría decirles a la cara “los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios”?. Seguro que pensaban que estaba hablando “de otros” no de ellos, que eran justos y buenos.
Estamos en Adviento. Repetimos en nuestras celebraciones “Ven Señor Jesús”. Si el día del Señor llegase ahora, según termines de leer estas líneas, ¿cómo te encontraría?. El Señor te juzgará a ti, no juzgará tu opinión sobre los demás, no va a compararnos para quedarse con el más bueno o el menos malo. Tal vez ya estés pensando en tu defensa, en lo que le dirás a Dios para justificarte: “Buenos, yo dije “Voy, Señor”, pero ya sabes lo complicada que es la vida, tenía otras urgencias, hice algo que Tú no me pedías…, pero que seguro que era mucho mejor, en el fondo yo quise bla, bla, bla,…”. Palabras y palabras que seguramente decimos con la vista baja, avergonzados, a ver si no son demasiado severos con nosotros. Pero atrévete a mirar entonces a los ojos a Cristo y comprenderás que “aquel día no te avergonzarás de las obras con que me ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas”. Dejarás que sea Él tu abogado defensor, comprenderás que “si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias”, te sentirás “pobre y humilde” es decir, hijo pequeño de tan gran padre.
No esperes al día del juicio. En el fondo de tu corazón sabes perfectamente lo que Dios quiere de ti, cómo quiere que vivas, qué cosas tienes que arrancar de tu vida de una vez por todas, qué excusas te estás poniendo para no tomarte en serio tu ser hijo de Dios. Recapacita y ve a la viña, comienza a poner los medios. No es cuestión de fuerza de voluntad sino de la gracia de Dios: “no será castigado quien se acoge a él”.
“Mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren”, resuena como el cántico del corazón enamorado de María cuando conoció el plan de Dios. ¿A que no te compensa pasarte toda una vida buscando lana (excusas para justificar esas acciones impropias de un hijo de Dios) para, al final, salir trasquilado?. Acude al corazón misericordioso de Jesús y busca un sacerdote para hacer una confesión íntegra, completa, humilde, auténtica, y la gracia de Dios irá haciendo el resto. Hoy puede ser el día del Señor, el día en que comiences a descubrir la felicidad. María ayúdame a quitar todo lo que me estorba para comenzar mañana a caminar hacia Belén y llegar hasta el Calvario y de allí a Dios.