Malaquías 3, 1-4. 23-24; Sal 24, 4-5ab. 8-9. 10 y 14; San Lucas 1,57-66

Ya he colocado las felicitaciones de Navidad que van llegando. Son curiosas esas tarjetas, que hemos acabado por llamar Christmas quizá por querer hacer gala de nuestro dominio de la lengua de Shakespeare. Allí van luciendo en mi sala de estar, variadas en sus motivos y formatos. Me llaman la atención esos tarjetones que, para ser “asépticos”, se envían muchas veces desde empresas o instituciones. Tarjetones que tienen como motivo un paisaje nevado, unos ositos, un payasete con pinta afeminada o unas pinceladas indefinidas con algunos ribetes dorados. Parece que no se quieren herir sensibilidades, no vaya a ser que quien reciba la felicitación le tenga alergia a Cristo o, al ver una imagen piadosa, se le revuelva el estómago al pensar que la Navidad no es sólo la lotería, el cava, el turrón y alguna que otra intoxicación etílica. Parecen esos tarjetones un intento de hacer una Navidad light (otra vez con la lengua de Shakespeare) donde hubiera que dejar de lado el nacimiento de Cristo, como si las promesas de Dios no se cumplieran. Es como hacer “mutis” discretamente del significado de estos días retirándonos del portal de Belén a un lugar más cómodo.
¿Te imaginas una Navidad sin consumo y sin gastos desorbitados?. Parece difícil pero es la realidad que se da en muchos lugares de nuestra tierra donde la Iglesia está presente minoritariamente, está perseguida o en la clandestinidad y en países de misión. También en muchos corazones de consagrados y consagradas que vivirán estos días en la capilla de su convento y en muchas familias y cristianos que descubren el verdadero sentido de la celebración del nacimiento de Cristo. Sí, es posible una Navidad sin consumo.
¿Te imaginas una Navidad sin Cristo?. Parece difícil pero es la realidad que se da en muchos lugares de nuestra tierra donde llenamos las calles y hogares de luces, adornos y guirnaldas y llenamos las mesas de corderos, langostinos, gulas y demás viandas pero se nos olvida bendecir la mesa, rezar en familia o asistir a la Santa Misa.
“Juan es su nombre” son las últimas palabras que Zacarías tuvo que escribir en su tablilla pues “se le soltó la boca y la lengua , y empezó a hablar bendiciendo a Dios”. Parafraseando el Evangelio de hoy podríamos decir “Navidad es su nombre”, es el tiempo del nacimiento de Dios-con-nosotros y Él es el único importante en estos días y, por Él, toda la humanidad. Cuando caigamos en la verdadera dimensión de estos días se nos soltará la lengua para bendecir a Dios, se “convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” poniendo a Cristo en el centro de nuestra vida.
Ya vislumbramos, con Santa María y San José, las afueras de Belén y tenemos que acompañarlos en la ardua tarea de intentar buscar posada. Si te deslumbran las luces, los ositos o los payasetes y te sientes tentado de abandonar ahora- casi al final- a la Virgen y a San José recuerda la frase que Cristo nos decía el primer día de este adviento y hoy nos recuerda el salmo “Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”, aprieta fuerte la mano de María y no te despistes del camino.