Eclesiástico 3, 2-6. 12-14; Sal 127, 1-2. 3. 4-5 ; Colosenses 3, 12-21; San Lucas 2, 41-52

“Cada año disfruto más con el Belén parroquial. A mí siempre me ha parecido que es como el “buque insignia” de una iglesia, porque acaba siendo una especie de catequesis para contemplar. Por él van pasando no sólo los pequeños, que abren los ojos como platos y se fijan en todo, sino también los mayores que disfrutan casi tanto como los peques, y tampoco se pierden detalle.

Este año, no es porque yo lo diga, pero nos ha quedado especialmente bien. Juan es el experto que lo va montando, con la colaboración, entre otros, de Marian y Eugene (dos emigrantes rumanos) que se van ilusionando tanto como él conforme van viéndolo crecer, y les sirve para luego mandar a sus casas fotos de esta costumbre española de la que ellos están muy orgullosos, porque la sienten ya como su obra. Yo también colaboro con algunos detallitos y cuidando de que tenga unidad, pero es Juan el principal artífice y este año ha estado especialmente sembrado.

Pues bien, una de las grandes aportaciones, y que ha tenido más éxito, ha sido la familia de Nazaret. En esta ocasión, hemos querido poner a los grandes personajes: María, José y el Niño, además de en el Portal, en algún otro momento de la historia. Y allí, en una gruta, está el taller de carpintería y José incansable cepillando la madera (se mueve y es el regocijo de los pequeños), mientras María sostiene al Niño en brazos y tiene la mesa preparada con un refrigerio para el Santo Patriarca. Me parece que hemos conseguido una escena entrañable. Igual es pasión de párroco, pero yo me imagino así a la familia de Nazaret: en la brillantez de la “cotidiana normalidad”. Por eso no me choca nada esa expresión maravillosa del Evangelio de hoy: “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres”. Porque con el clima familiar que fueron imprimiendo María y José, que se encontraban desbordantes al calor de Jesús, la temperatura del hogar de Nazaret no precisaba ningún termostato, era siempre una maravilla.

Hoy posiblemente podríamos decir muchas cosas de la familia, y desgraciadamente muchas negativas: hay tantas circunstancias que han hecho que quede herida, tantas rupturas, tanto desamor, tantos egoísmos camuflados en el fondo de… tonterías. Sin embargo, la solución a todo ello bien puede ser aprender de esa bendita normalidad de Nazaret, en que María y José ven crecer al Señor, sintiéndolo también crecer en el propio corazón. Costaba tan poco…

Allí está José pendiente de María y del Niño, María pendiente de José y del Niño, y el Niño sonriendo a los dos. ¿No te parece una especie de llamada a nuestras familias? Mirarnos menos a nosotros mismos para mirar más por los demás mirando más a Dios, porque eso hace que el corazón crezca y nuestras tonterías mengüen.

Creo que ahora me explico mejor por qué todos se quedan embelesados ante el portal, y ante la carpintería: la familia, pese a quien le pese, sigue estando de moda, y gusta verla en acción.