Santos: Ubaldo, Posidio, Fuerte, Honorato, Audas, Peregrino, Dómnolo, obispos; Flaviano, Aquilino, Victoriano, Genadio, Félix, Andrés Bobola, mártires; Juan Nepomuceno, presbítero; Gema Galgani, Máxima, Frejus, vírgenes; Brendano, Simón Stock, abades; Fidolo, confesor; Bernardo Mentón, eremita.

La razón por la que se le venera es su martirio; pero la causa por la que murió mártir ha tenido que esperar tiempo hasta poder ser presentada como la más probable entre las posibles. A las oscuridades de la lejanía en el tiempo hay que añadir confusiones de fechas de fallecimiento –hicieron un desdoble de la figura del Nepomuceno–, la escasez de documentación, y los enredos malintencionados de los protestantes que, incluso en el siglo XIX, muchísimo después de su canonización, se sacaron de la manga que Juan Nepomuceno era un invento de los jesuitas para hacer olvidar la figura de Juan Hus. La causa próxima del martirio –defensor de los derechos de la Iglesia, frente a los abusos del poder civil– ya hubiera sido suficiente para justificar su santidad; pero hallazgos posteriores han dado la razón a lo que el pueblo sencillo afirmó siempre –en un mudo boca a boca– desde que murió: Juan Nepomuceno fue mártir del secreto de la confesión.

El marco es la diócesis de Praga en el siglo xvi. Juan Nepomuceno ha nacido en Nepomuk, alrededor del año 1345; en el 1370 es notario de la curia arzobispal; sacerdote desde el 1379, se le ve como párroco de Gall, en Praga, y como estudiante de derecho. Lo mandan a Padua en 1387 para conseguir el grado de doctor en canónico. A su vuelta es canónigo arcediano de Zatec y Vicario general de la archidiócesis de Praga.

Murió en la abadía de Kladruby el abad Racek; eligieron a Olen como sucesor. Pasado el tiempo legal para poner objeciones, sin que ninguna se hubiera presentado, Juan Nepomuceno lo confirmó en su puesto, ejerciendo sus funciones de Vicario.

Tropezó esta decisión con las pretensiones del rey Wenceslao, que quería suprimir la abadía, hacer de ella un obispado y dárselo a Juan Nanko, miembro de la corte. Contrariado, presionó sobre el Vicario sin resultado y mandó arrojarlo al río Vitava, en el año 1309. Con ello, se terminaba la historia y Juan pasó a ser mártir por defender los derechos de la Iglesia. Lo imprevisto fue el casi motín popular que siguió al hecho y el inesperado culto masivo en torno a la tumba del mártir.

En su momento, el Arzobispo de Praga Juan Jenstein, que murió en Roma y se le sepultó en Santa Práxedes, envió memoria a Roma testimoniando el martirio de quien había sido su Vicario. El arzobispo era un hombre santo, docto, reformador de las costumbres y con frecuencia tuvo que oponerse a las injustas pretensiones de Wenceslao, rey de Bohemia, hijo del «Padre de la patria», el emperador Carlos IV.

Pero había algo más.

El pueblo decía que el rey odiaba a aquel santo sacerdote y que por eso lo mató; que lo de los sucesos de la abadía no eran más que la excusa para provocar su muerte intentada por otros motivos más vergonzosos. Algunos llegaron a insinuar los enredos palaciegos como causa del martirio y hasta se oyeron voces de que se trataba del sigilo sacramental. En 1471, el historiador Zidek, en su Zpravovna, dedicada al rey Jorge, se hace eco de la noticia popular y describe el sepulcro de Juan Nepomuceno en la iglesia de San Vito, donde el pueblo veneraba las reliquias del mártir; Pekar, otro historiador bohemo, no se atreve a negar que Juan hubiera sido confesor de la reina.

Parece ser que se eleva a muy probable la hipótesis de que, siendo Juan Nepomuceno confesor de la reina, los celos llegaron a cegar la mente del rey, que de ninguna manera consiguió sacar al eclesiástico la verdad oída en sus confesiones; de este modo, Juan terminó muriendo mártir por defender el sigilo sacramental bajo la apariencia de defender los derechos de la Iglesia.

Y esto parece explicar algo más lo inexplicable en sí. Me explico. El 27 de enero de 1725, estaba reunida la comisión que llevaba adelante el proceso de canonización de Juan Nepomuceno, que se veneraba ya como beato desde la declaración de Inocencio XIII, el 25 de enero de 1721, y cuya elevación a los altares había sido insistentemente solicitada por los emperadores, obispos, Órdenes religiosas y las universidades de Viena, Praga y Bratislava. En aquel momento estaban presentes el Arzobispo de Praga, altos cargos eclesiásticos y un grupo de peritos civiles expertos en medicina y cirugía. Se trataba de examinar y analizar la lengua del mártir que inexplicable e insólitamente se encontró incorrupta, seca y de color gris. Ante todos ellos, empezó a esponjarse y quedó rosa, como si fuera la de una persona viva.

Fue canonizado el 19 de marzo de 1729 por Benedicto XIII. Con toda lógica, se le nombró patrón del sigilo sacramental y también se le ha añadido la protección de la fama y del buen nombre.

Es patrón de Bohemia y Moravia.

El pueblo cristiano sigue venerando sus reliquias en la iglesia de San Vito.