Santos: Ubaldo, Posidio, Fuerte, Honorato, Audas, Peregrino, Dómnolo, obispos; Flaviano, Aquilino, Victoriano, Genadio, Félix, Andrés Bobola, mártires; Juan Nepomuceno, presbítero; Gema Galgani, Máxima, Frejus, vírgenes; Brendano, Simón Stock, abades; Fidolo, confesor; Bernardo Mentón, eremita.

Fue el principal reestructurador de la Orden del Carmelo en el siglo XIII. En tiempos anteriores, el Carmelo tuvo una estructura estrictamente eremítica.

«Stock» –que significa tronco–, añadido al nombre, sobre todo a partir del siglo XV en que se hace ya común esta denominación, le viene –según una de las fuentes– por su anterior vida de eremita solitario que vivió en el tronco de un árbol seco de los bosques ingleses. Los biógrafos posteriores se sirvieron de esta cualidad y nombre para agigantar su ascetismo.

Alguna otra fuente hace a Simón proveniente de los cruzados o peregrinos de los Santos lugares, ya que no fue infrecuente que algunos de estos amadores de la aventura pidieran vestir el hábito de los carmelitas, influidos por la oración y soledad que aquellos monjes llevaban en las grutas del monte Carmelo del que recibían nombre.

Los cristianos palestinos tuvieron que decidirse a exponerse a desaparecer a manos de los mahometanos, o animarse a salir hacia Europa, cuando terminó la tregua que habían pactado Federido II y el sultán de Egipto. En 1238 tomaron los del Carmelo la decisión de emigrar a Inglaterra, a pesar de que llevaban consigo el temor de que aquel cambio les trajera peligro para su oración y aislamiento.

Los nobles Guillermo Vescy y Ricardo Grey les facilitaron el establecimiento en los conventos de Hulne y Kent. Eran los años 1241 y 1242. Una de las versiones es en este momento donde señala la entrada de Simón en el Carmelo. El caso fue que, en el 1245, tuvieron los carmelitas un Capítulo General en Aylesford, en el que eligieron como prior mayor a Simón, dándole la plenitud de autoridad sobre la Orden.

Mucho tuvieron que sufrir aquellos buenos monjes. No conseguían adaptarse al nuevo ritmo de vida, con un clima tan poco propicio; no se sentían acogidos por la gente; la mayor parte de ellos comprobaba que sus temores eran bien fundados y que era poco menos que imposible seguir viviendo según la Regla de san Alberto. Simón hizo lo que pudo ante aquel cúmulo de dificultades de sus monjes; buscó apoyo en el papa Inocencio IV del que consiguió cartas de recomendación, y recurrió al rey Enrique III de Inglaterra para poder echar raíces; reformó la Regla para poder vivir en las ciudades y tomar parte en el servicio a las almas. Pero al descontento generalizado se añadió el mal de las deserciones de algunos monjes, y del paso que otros dieron a otras Órdenes en las que veían más garantías de salvación.

En medio de esta grave crisis tuvo lugar la aparición de la Virgen que mostraba por el Carmelo una protección especial. Se le apareció al bueno de Simón, rodeada de ángeles y llevando en sus manos el Escapulario de la Orden. Le dejó en regalo la promesa: «Quien lo lleve y muera con él, se salvará».

Acontecimiento tan singular sirvió para alentar a los desanimados carmelitas. Luego, el escapulario con la promesa de la Virgen trascendió a toda la Iglesia como manifestación de la maternidad universal de María, a través de la adscripción a la Archicofradía de Nuestra Señora del Carmen.

De Simón Stock no hay mucho más; continuó en su esfuerzo de afianzar y consolidar la Orden en Europa hasta su muerte, ocurrida en Burdeos el 16 de mayo de 1265.

Hoy, parte de sus restos –milagrosamente salvados de la Revolución francesa– se conservan en el convento de Aylesford, a donde se trasladó su cabeza en 1951.

Mira por dónde lo bien que queda explicada la inmemorial y popularísima devoción al Escapulario de Nuestra Señora del Carmen que tantísimos fieles cristianos llevan impuesto desde la infancia, la niñez o la juventud –los menos lo reciben en la madurez o en la ancianidad–. Claro está que no es amuleto del que dependa una determinada suerte, ni una póliza de seguro –producto típico de nuestra sociedad tan exacta– que prescinde en fuerte grado de la Providencia de Dios, al tiempo que procura atar lo más posible todos los cabos aquí abajo. No. El escapulario del Carmen es, más bien, una señal de predilección de la Virgen que asegura proteger a quien ha acudido a Ella pidiendo su protección; por eso no deberá evitar –quien lo lleve de por vida– el esfuerzo por honrar a la Madre de Dios y por vivir según pide y enseñó su propio Hijo; el resto lo pondrá Ella, que nunca abandona. Quien pensara que llevar el Escapulario del Carmen es un pasaporte automático para el Cielo, algo mágico o automático, como cuando sale un botellín de refresco en la maquinita al pulsar el botón, se ha equivocado de ventanilla.